Magnífico. No hay otra forma de definirlo. Es imposible que un amante de los discos, da igual su grado de coleccionismo, no lo pase bien leyendo este volumen. Una autobiografía que recuerda irremisiblemente a Alta Fidelidad de Nick Hornby, pero también a Pégate un tiro para sobrevivir de Chuck Klosterman, a Lost In Music de Giles Smith o incluso, buscando más cerca, a Mil Violines de Kiko Amat.
La cosa va del momento en el que Spitznagel decide recuperar la colección de discos de vinilo que un día vendió. Eso implica la búsqueda imposible, no de aquellos discos, sino de aquellas copias concretas. Porque eso es lo que él ha decidido. No quiere cualquier edición, quiere aquella que ya estuvo en su estantería. Aquel disco que tenía una raya en la segunda canción o el número de teléfono de su novia del momento apuntado en la portada. Esquizofrénico. Hilarante. Pero de auto identificación sencilla para cualquiera que en un momento dado haya sabido lo que es tener una colección de discos.
¿Quién no ha tenido una discusión con su mujer por comprar discos para los que no tenía espacio en casa? ¿Quién no le tiene cariño a un álbum en concreto aun sabiendo que no es un gran disco? ¿Quién no asocia la reproducción de una canción a ese saltito que siempre da la aguja en el mismo sitio? ¿Quién no ha charlado como si fuera su hermano con un desconocido que ha conocido en una feria de discos hace treinta segundos? Claro, saben de qué les hablo y por eso disfrutarán enormemente con un libro como este. No lo duden.
Sonando: Copernicus de Afghan Whigs
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