Esta tarde Juan Carlos
Luque, el hombre de tras del personaje, y yo nos vestiremos de Chinaski y de
Cuates para hacer unas cuantas rancheras desde un balcón en la plaza Regomir, a
eso de los 19:30 h. en los actos de cierre de les Llimonades de este año.
Eso me ha decidido a
recuperar para este blog uno de los mejores artículos que, en mi opinión,
recuerdo haber escrito. Lo hice para la desparecida revista Ritmos del Mundo y creo recordar que
se editó en el número de septiembre de 2011. Dado que se trata de un artículo
largo, iré colgándolo en diferentes entregas. Ahí va la primera.
Rancheras,
cuando los hombres lloran.
La
música ranchera es un género que, a menudo, ha sufrido la injerencia de
personajes ajenos a él que le han hecho más mal que bien. Eso, unido a la
cutrez de alguno de sus actuales representantes ha convertido un estilo único
en una música poco respetada e, incluso, caricaturizada. Este reportaje va a
intentar devolverle al género lo que nunca debió haber perdido.
En 1876 el general Porfirio Díaz llegaba al
poder en México, tras levantarse en armas contra el entonces presidente
Sebastián Lerdo de Tejada. El país vivía momentos convulsos desde hacía varios
años, especialmente desde la conocida como batalla de Puebla, que en 1862
intentó hacer frente a una incipiente invasión por parte del ejército francés.
Se iniciaba así un período de luchas tanto externas como internas que sumieron
al país en un estado de depresión permanente. Eso, como suele ser habitual,
provocó que el pueblo buscara vías de escape y una de ellas fue la música. Los
numerosos soldados que se reparten por todo el territorio de la nación cogen
sus guitarras para cantar, especialmente, a sus novias, a sus mujeres, a sus
hijos y a lo que significa estar sin ellos. Sin saberlo estaban provocando el
nacimiento de un estilo que iba a ligarse para siempre al nombre de su país.
Díaz permaneció en el gobierno hasta 1910,
momento en que se inicia la conocida Revolución Mexicana. En ese período,
conocido bajo el nombre del porfiriato, los ricos se hacen más ricos y los
pobres más pobres, y estos últimos siguen ahogando sus penas en canciones. Por
eso cuando el demócrata Francisco I. Madero es arrestado en un intento de
evitar su candidatura a las previamente amañadas elecciones programadas para
aquel año, las clases menos favorecidas no pueden más y se alzan en armas
contra el gobierno. La sublevación nacional llevó a la población a ocupar
Ciudad Juárez, cosa que provocó que Díaz acabara exiliándose a Francia. En 1911
se celebran unas nuevas elecciones y, esta vez, Madero sale elegido por
aclamación popular. Pero no era oro todo lo que relucía y rápidamente se
producen graves desencuentros con los dos líderes principales del alzamiento:
Emiliano Zapata y Pascual Orozco. La historia parecía condenada a repetirse cuando
en 1913 llega la llamada contrarrevolución, encabezada por Félix Díaz, Bernardo
Reyes y Victoriano Huerta que acaba con este último en el poder y Madero
asesinado. De nuevo enfrentamientos contra líderes revolucionaros, esta vez
encabezados por Venustiano Carranza y Francisco Villa, acaban con el presidente
exiliado. Poco a poco todos los líderes de la revolución irán cayendo y eso los
convertirá en mitos y también en protagonistas de las canciones nacidas del
folklore popular. Zapata cae en 1919, Carranza en 1920, Pancho Villa en 1923 y
Obregón en 1928. En esta fecha sitúan algunos, precisamente, el fin de la citada
Revolución, aunque hay quien asegura que éste se produce en 1924 con la
presidencia de Elías Calle o incluso en 1940. En cualquier caso, con el
crecimiento de la estabilidad militar pero el país aún en quiebra moral y
económica, los diferentes gobiernos se dedicaron a, como no, buscar
entretenimientos para que la gente olvidara las penurias y los problemas. Uno de
ellos fue el Teatro Nacional. Allí es donde se cantaban las historias de los
revolucionarios y también las canciones de amor y desamor que los soldados de
todos los bandos habían ido componiendo en esos años de convulsión. Sin apenas
darse cuenta, la ranchera era un hecho. El nombre se tomaba de la palabra
norteña rancho, de evidente origen americano, y que designaba a todo lo rural.
Eran las canciones del campo.
Poco a poco, los cantantes de rancheras
fueron convirtiéndose en auténticos héroes nacionales ocupando el puesto que,
curiosamente, dejaban los revolucionarios. El género vivió sus momentos de
máximo esplendor entre 1940 y 1960 y se asentó como uno de los símbolos
distintivos del país. Jalisco y Durango se convertirán en las ciudades
alrededor de las cuales girará todo el movimiento musical. Un estilo que se
basará en el vals, la polca o el bolero, copiando sus compases: 3/4, 2/4 o 4/4,
respectivamente. Con una estructura que pocas veces se sale de la establecida
por estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-solo-estribillo, será interpretado
con instrumentos como el guitarrón, la trompeta, el acordeón o el tololoche.
Eso y sus características letras se convertirán en sus rasgos principales. Las
leyendas populares relacionadas con la revolución de sus inicios darán paso a
historias sobre cantinas, duelos, tragedias amorosas, caballos o pistolas para
acabar, casi de forma monotemática, hablando de amor.
El género, además, conseguirá traspasar
fronteras para desarrollarse también en países de Sudamérica como Argentina,
Perú, Colombia y Venezuela. Y aunque muchos son los autores que podríamos citar
como esenciales, dado que no es el objetivo de este artículo nombrarlos a
todos, vamos a hacer una pequeña selección. Subjetiva pero imprescindible
(continuará…)
Sonando: Mexico-Americano de Los Lobos