No fuimos pocos los que
pensamos que con Post Pop Depression (2016), Iggy Pop había dado en el clavo
para encarar la recta final de su carrera musical. La compañía de Josh Homme
parecía ideal para un músico ávido de seguir en activo. Fuera el líder de Queens
of Stone Age u otros, Apoyarse en músicos más jóvenes pero cargados de calidad
parecía el camino correcto. Pero Iggy es imprevisible. Y en una vuelta de
tuerca impensable tras aquel disco, se mete ahora en un álbum de jazz rock (sí,
sí, jazz rock) con tintes electrónicos de difícil digestión.
No solo es que la
sonoridad elegida por Iggy no nos pegue ni con cola, sino que además ha optado
por cantar poco y tirar de spoken world en un número excesivo de temas
(prácticamente toda la segunda cara del álbum), convirtiendo el disco en una
especie de historia confesional que no lleva a ninguna parte. Él lo califica de
reflexivo. Yo, con respeto, de aburrido. Todo está plagado de texturas que no
nos encajan con el paradigma rock y al final, al menos yo, eso es lo que le
pido a un disco de Iggy. Por destacar algo, ahí queda la magnífica trompeta de
Leron Thomas, por un lado, y por otro “Love mising”, con un artista más
reconocible, y la letra de “We are the people”, un poema de Lou Reed. Demasiado
poco. Aunque podía haber sido peor. Pensemos que James Williamson, guitarrista
de The Stooges ha grabado con David Hasselhoff. Un álbum para aquellos que
entienden los “sinatrazos” de Bob Dylan, por ejemplo. Yo, como no entiendo
aquello, esto tampoco.
Sonando: James Bond de Iggy Pop
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