A The Chills, y en
concreto a su líder Martin Phillipps, les pasa algo curioso. Los críticos solemos
estar más o menos de acuerdo en que sus discos son buenos o muy buenos. El público
también. Pero en cambio nunca, a lo largo de su ya larga trayectoria, con hiato
incluido, han acabado de arrancar como banda grande. Perdón. Banda grande lo
son, en todos los aspectos menos en el mediático. Su nuevo disco, titulado Snow Bound es otra maravilla que añadir
a las muescas de su rifle. A mí me siguen sirviendo de perfecto consuelo a la
ausencia de mis añorados R.E.M., pero también es justo reconocer que están por
encima de esa eterna comparación. Los neozelandeses son más pop que los de
Athens, aunque ambos están marcados por fuertes personalidades. La de Phillipps
es como mínimo tan compleja como la de Michael Stipe, si no más. Y este disco,
igual que lo fue Silver Bullets en
2015, es su respuesta a una larga depresión, a la que siguió un buen número de
adicciones que le asolaron a finales de los noventa y principios del nuevo
siglo. De pensamientos caleidoscópicos, sus excelentes letras navegan entre lo
críptico y, a veces, la sencillez más extrema. Y sus melodías sonrojarían a
cualquiera que disfrute mínimamente de un género que domina a la perfección.
Son excelsos. Lo fueron y lo siguen siendo.
Sonando: Time
To Atone de The Chills
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