Empeñados en rebuscar en
el cancionero de las llamadas work songs,
aspecto este que los de Girona han convertido en su marca de fábrica, Howlin’Dogs
publican su segundo disco. Vuelven a realizar un auténtico trabajo de
arqueología en la música de raíces norteamericanas para, guiados por el blues,
hacernos llegar un puñado de canciones que corrían el riesgo de perderse en el
olvido. Diez temas carcelarios, pero también sobre ferrocarriles o incluso
infantiles pueblan un disco que merece ser destacado por originalidad en su
planteamiento, pero también por la ejecución de la idea.
El grupo no se limita simplemente
a reproducir melodías o letras del pasado, sino que juega con ellas como si se
tratara de un bloque de plastilina. Cambian frases o incluso estrofas enteras,
deconstruyen y construyen, modifican melodías y, sobre todo, introducen su
potente arsenal sónico en tonadas que en muchas ocasiones no conocían compañía
instrumental. Básicamente es un disco de blues-rock. No al uso, ojo. Pero sí en
estructuras, planteamiento y la forma de encarar los temas. Pero, sobre todo,
es un álbum que demuestra que cuando las cosas se hacen bien, el resultado debe
ser necesariamente satisfactorio. Que su envoltorio sea una caja de madera de
pino con diez excelentes fotos que ilustran la obra no es sino una prueba más
del mimo con el que se ha hecho todo. Buen trabajo, sí señor.
Sonando: I’m
Going Home de Howlin’Dogs
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