En mi lista de mejores discos internacionales del año pasado
figuraba, en el puesto número 13, el último trabajo de Reverend Peyton’s Big
Damn Band, Poor Until Payday. Mirando
la lista ahora, es el segundo disco de blues que aparece, ya que en el 7 se
encuentra el fantástico álbum de Johnny Tucker. Los habituales de esta bitácora
ya sabéis que defiendo que 2018 fue un gran año en cuanto a discos de blues, y
estos 2, junto al de R.L. Boyce, que aparece en el puesto 25 de la lista tienen
buena culpa de esta impresión totalmente subjetiva. Peyton y su señora siguen
dándonos buenos sermones de blues pantanoso y sucio que, sin embargo, no pierde
la esencia de los clásicos. Completa el trío el batería Maxwell Senteney,
encargado de dotar de ritmo a unos temas que, sin embargo, deben, por deseo del
propio director de orquesta, situarse en la sonoridad de Son House o Charlie
Patton. Y la inclusión de batería y percusiones no hace que esto sea un
problema. Peyton parte del blues rural, sí, pero se abre al rock, al country o
hasta al funk sin rubor, consiguiendo sonar auténtico y honesto en todo
momento. Que en este país un disco así haya pasado desapercibido incluso en los
medios especializados no sé si me enerva o directamente me reafirma. Y es que
hace tiempo que me azota la sensación de que no está hecha la miel para la boca
del asno Resignación puede llamarse. Vivimos en un país en el que se sigue
midiendo la calidad por el número de personas que acuden a tus conciertos o por
el número de gente que escucha tus canciones en Spotify, sin darnos cuenta del
aborregamiento al que estamos sometidos. Nos dicen qué hemos de escuchar y lo
escuchamos. Envidia sana de otros países en los que la cultura es un bien muy
preciado. Esos en los que el reverendo sermonea, y cientos de personas le
escuchan.
Sonando: You Can’t Steal My Shine de Reverend
Peyton’s Big Damn Band
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