La música clásica no es lo
mío. Ni el jazz tampoco. Son dos estilos con los que ni congenio ni creo que
llegue a congeniar nunca. Por eso me resistí a leer Instrumental de James
Rhodes, un libro que todo el mundo me aseguraba iba a gustarme mucho. Rhodes es
un pianista británico clásico considerado por muchos como de los mejores del
mundo algo que, evidentemente, yo no sé valorar. Esta autobiografía, además, viene
precedida de problemas judiciales, ya que su ex mujer quiso impedir su
publicación con una demanda que fue desestimada.
Hace unos días decidía
que había llegado el momento y me lancé a leer sus página Lo cierto es que el
libro es una maravilla, independientemente de lo que uno opine de la música
clásica y a pesar de que es un elemento esencial de la obra. Da igual. El libro
es tan aplastantemente emocional que te noquea en apenas unos cuantos párrafos.
Marcado por los abusos que sufrió de niño por su profesor de boxeo (“Abuso. Qué
palabra. Violación es mejor. Abuso es cuando le dices a un guardia de tráfico
que se vaya al infierno”, asegura), Rhodes explica una vida complicada en el
que se confiesa un enfermo mental por culpa de esa circunstancia que duró unos
cuantos años y que le llevó, entre otras cosas a convertirse en adicto a
autolesionarse. Su lenguaje es cercano, nada literario, pero escribe
excepcionalmente bien. Introduce en temas tan complejos el humor y la ironía,
pero consigue hacerlo sin quietarles la importancia que tiene. Genera angustia,
compasión, alegría, miedo y tristeza en el lector y eso es un objetivo difícil
de alcanzar para cualquier escritor. Se desnuda sin rubor, o con mucho pero
intentando superarlo. Completamente. Sin dejar nada para sí mismo. Simplemente
porque lo necesita. Porque contar su vida forma parte de su terapia
probablemente. Y haciéndolo consigue facturar uno de los grandes hitos
literarios de la década. El libro que servidor hubiera votado como el mejor de
2015 si lo hubiera leído antes.
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