Hace unos días leía con
atención un artículo de Diego Manrique sobre la supuesta inexistencia de
crítica musical. Para empezar, jugaba a ese “cualquier tiempo pasado fue mejor”
que, lo cierto, cansa un poquito. Quizá sea cierto que para los críticos lo
era. Había pocos, entre ellos se repartían todo el pastel, les llegaban buenos
discos en ediciones bonitas, cobraban bien, les invitaban a los conciertos y
eran vistos como auténticos gurús. Hoy, las cosas han cambiado. Algunos no
cobran o lo hacen en pequeñas cantidades, la mayoría de los discos que te
envían lo hacen en una descarga digital, los hay a cientos porque cualquiera
con un blog se presenta como crítico, les rechazan acreditaciones a los
conciertos porque se menosprecia lo que pueden aportar con sus críticas y cualquiera
se ve capaz de discutirles algo que hayan escrito. Al no haber Internet ni
siquiera existía el clásico tocapelotas dispuesto a ponerte a caldo porque has
dicho que un grupo era de Iowa y aunque se conocieron allí, su personal es
nacido en Idaho. Sí, los tiempos han cambiado. Aunque en algunas cosas también
lo han hecho para bien. Pero las palabras del maestro Manrique iban por otro
lado. Hablaba de la ausencia de crítica, del hecho de que todos los discos
tengan alabanzas y de la sensación de que no hay disco malo. Me preocupa de
Diego que llame a la crítica actual, en la que me incluyo, irrelevante. Dice
que “o los músicos han ascendido a un fabuloso nivel de creatividad o la
crítica no está contándonos (toda) la verdad”. Y argumenta que “ser generoso,
extremadamente generoso, es buena política. Te garantiza el afecto de artistas,
disqueros y, atención, seguidores. No se reconoce, pero los críticos vivimos
con el aliento de los fans en el cogote: un desliz y, zasca, te pueden amargar
la vida mediante las redes sociales”. Puede ser ese un motivo, pero ay, amigo
Diego, no es el único. De hecho, quiero creer que inconscientemente, olvidas el
más importante de todos.
Querido Diego. Muchos
escribas o cobramos poco o directamente no cobramos nada en algunos medios.
Nuestro trabajo principal es otro, ya que el de crítico está ocupado por
algunos que, a pesar de no aportar nada no sueltan la poltrona ni con agua
hirviendo (que cada uno coloque ahí sus nombres). Las revistas a duras penas
sobreviven, haciendo esto que no puedan pagar las críticas como querrían y se
merecen ¿En qué se traduce esto? En que casi ninguno trabajamos por encargo, y
la última suerte o ventaja que esto no os otorga es la de ir a nuestra revista
y llevarnos una copia de promoción de un disco que, a priori, nos interesa. Como
no escribimos por encargo, si el disco no nos gusta, tenemos la oportunidad de
devolverlo para que lo reseñe un compañero o de decir que no lo reseñamos.
Porque es que, además, en sus tiempos quizá no, pero ahora llegan cada día
decenas de discos interesantes que merecen ser destacados. Tiempos de redes
sociales y acceso a más información, ya sabe ¿Por qué perder el tiempo
reseñando discos malos si tengo un montón de discos buenos que me gustan? ¿Por
qué hacer sangre de alguien que seguro ha intentado hacerlo lo mejor posible
(Bunbury dixit) cuando tenemos otros a los que alabar y recomendar al público?
Yo no sé usted, pero para mí es mucho más reconfortante escribir sobre algo que
me gusta para intentar que llegue a la gente, que no sobre algo que no me dice
nada y que tengo que atacar. Y yo, puedo elegir.
Y le dice esto un
servidor, que no es susceptible de englobarse en la supuesta crítica
intrascendente. Dolorosa definición donde las haya. Sin ir más allá me he
cargado el disco de The Waterboys, una de mis bandas favoritas de siempre, en
una reseña publicada hace unos días en Ruta 66, dije que los sinatrazos de Dylan me
parecen abominables en Efe Eme y un conocido guitarrista patrio me quiere
partir la cara por la reseña que le hice a su último disco en Mondosonoro. Esas
las hice por encargo, sí. Y entonces dije lo que pienso. Siempre lo hago. Pero no
me pida que cuando me llama el director de la revista X y me dice “envíame la
reseña de algún disco” rebusque entre todas las novedades que me llegan el que me
parezca peor para ponerlo a caldo. No lo veo necesario, qué quiere que le diga.
Dicho esto, me encanta su
artículo. Me parece que toma un punto de partida interesante para la reflexión, pero que peca de
obviar algunos aspectos. Eso sí, sobre que de determinados artistas parece que
no se puede hablar mal tiene usted más razón que un santo. Pero tampoco creo
que sea la crítica actual la única culpable de haber creado esos monstruos. Mis
respetos.
Sonando: Malibu Moon de Elijah Ocean
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