El género destinado a dominar los 90, el americana, está algo
descolocado cuando llega el año 2000. Sus referentes no parecen
dispuestos a enarbolar la bandera del estilo por diferentes motivos. Los
Wilco de Jeff Tweedy abren horizontes tras la publicación en 1999 de
“Summerteeth”, algo que desembocará en “Yankee Hotel Foxtrot” (2002),
donde la música de raíces no es precisamente la protagonista, como ya
apuntan en sus conciertos previos. Jay Farrar, la otra mitad de Uncle
Tupelo, no ha conseguido llegar al primer plano mediático con Son Volt
–que sufrirán un largo hiato tras “Wide Swing Tremolo” (1998)–, y
tampoco lo hará con su carrera en solitario, que arrancará poco después
con “Sebastopol” (2001). Tras la salida de Mark Olson, The Jayhawks han
culminado su trilogía mágica con “Sound of Lies” en 1997, pero están a
punto de editar “Smile”, con el que bajarán el listón y con el que se
ganarán la incomprensión de crítica y público. Y Counting Crows, tras la
explosión mediática de “August and Everything After” (1993) y
“Recovering the Satellites” (1996) andan enredados en discos menores
como “This Desert Life” (1999). Huérfano de referentes, el americana se
tambalea. Parece que todo se ha limitado a una década mágica hasta que aparece en escena Ryan Adams.
No es un recién llegado. Ni un desconocido, al menos para los
seguidores de la música de raíces. Sus aventuras liderando Whiskeytown
han culminado con un gran éxito de crítica en el espléndido “Strangers
Almanac” (1997) y cierto respeto en el sector de la música alternativa.
Pero le falta dar el salto al gran público, y lo logra con
“Heartbreaker”. El disco que abre su carrera en solitario el 5 de
septiembre de 2000 consigue que el amuermado americana se tambalee ante
su frescura y la calidad de sus composiciones. Y aunque todavía editará
un disco más como Whiskeytown, el principio de algo grande es evidente.
Los imitadores le saldrán de debajo de las piedras y los críticos
feroces también. Dos buenas señales de la validez de una propuesta a la
que solo le falta su extraordinaria incontinencia creativa para ganar
seguidores de manera exponencial.
El 4 de febrero de 2017, Ryan Adams se viste con 16 discos de estudio
a sus espaldas (está a punto de editar “Prisoner”, el decimoséptimo),
varios discos en directo y un sinfín de epés y singles, superando la
treintena de referencias en formato corto. Una verborrea sonora que
tiene su punto culminante en 2005, año en que publica tres discos, uno
de ellos doble. “Cold Roses” (mayo), “Jacksonville City Nights”
(septiembre) y “29” (diciembre) son magníficos, pero servidor no puede
evitar quedarse con el de en medio. El que toma su nombre de la ciudad
de nacimiento del ya malcarado líder del nuevo americana.
“Jacksonville City Nights” es un disco maravilloso. Así de claro.
Se trata del segundo que Adams graba con The Cardinals, su banda de
entonces, y en la que destaca poderosamente la presencia del gran Neal
Casal. Pero, sobre todo, se trata del más roots que Ryan entrega ese año
y me atrevería a decir que en su carrera en solitario. Catorce
espléndidos temas que bajo la producción de Tom Shick se convierten en
uno de mis momentos favoritos de su carrera. La última conexión con sus
tiempos en Whiskeytown. Como la inicial ‘A Kiss Before a Go’ que parece
una pieza perdida de la carrera de Gram Parsons. Embriagadoramente
country y con un estribillo magnífico. O ‘The End’, donde ya has
confirmado que este disco es diferente, que sus parámetros son otros y
que respecto a sus predecesores hay una evidente intención de inclinarse
hacia las raíces. “No conozco el sonido de la voz de mi padre / ni
siquiera sé cómo canta mi nombre” canta en una letra dedicada a su
ciudad.
‘Hard way to fall’ es un tema arrastrado que recuerda levemente al
‘Lay Lady Lay’ de Dylan hasta su puente, una muestra de la genialidad de
Adams. ‘Dear John’ con Norah Jones al piano es la dulzura personalizada
y en ‘The hardest part’ asegura que “la parte más difícil es amar a
alguien que se preocupa por ti”. Quizá por ello Theo Schell-Lambert
escribe en Prefix Magazine que “tal vez Adams está ganando simpatías con
su voz cansada o quizá es demasiado emocionante oírle revisar a Gram
Parsons pero Jacksonville City Nights parece llegar por su honesto
sonido”.
‘Games’ aparece con una pedal-steel de protagonista y la voz de un
Adams más inspirado como vocalista que nunca para dar paso a ‘Silver
Bullets’, uno de los momentos álgidos del disco. Baladón a piano y voz, y
vello de punta. ‘Peaceful Valley’, con cierto aroma celta en sus
arreglos, es otro tema a destacar, aunque todos rayan a un gran nivel.
Pero quizá ‘Peaceful Valley’ esté por delante.
Entre rota y etérea, es maravillosa a todas luces. Ryan en estado de
gracia en la voz, en la composición de la música y en una letra
desgarradora. ‘September’ es la calma hecha canción para dar entrada al country
trotón, de nuevo, de ‘My heart is broken’, compuesta a medias con
Caitlin Cary, su compañera en Whiskeytown. ‘Trains’ es facilona y por
ello resultona, ‘Pa’ nos devuelve la solemnidad a ritmo de balada
country y ‘Whitering Heights’ tiene todo lo que uno puede pedir a un
tema de Ryan Adams. Cierra ‘Don’t fail me now’ con un estilo compositivo
que recuerda en la estrofa a Bob Dylan, otra vez, y a Willie Nelson en
el estribillo, aunque Adams es demasiado personal para que esas
comparaciones sean muy evidentes. La edición de coleccionista incluye
cinco temas más: dos versiones de ‘What sin replaces love’, ‘Jeane’ y
dos temas ajenos versionados como ‘I Still Miss someone’ de Johnny Cash
y, sobre todo, ‘Always on my mind’ de Willie Nelson. Más muestras de un
estado de forma excelente. Algunos lo negarán, pero cada vez que lo pincho, siento que es una obra maestra de la música de nuestro siglo. Escuchen y opinen.
Operación Rescate publicada en www.efeeme.com
Sonando: My heart is broken de Ryan Adams
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