martes, noviembre 15, 2011

Un dylanita y su consorte en la ex corte de Berlusconi (Capítulo 2: Penne A l'Arrabiatta)

Empezamos (tras el inciso de ayer) con la narración de este fin de semana, marcado, evidentemente por lo musical. El viernes llega el momento de coger el avión. Decir que no me hacen gracia sería, directamente, mentir. No me gustan los aviones. Ya está. Eso hace que tenga que pensar detenidamente qué música ha de sonar en mi iPOD mientras vuelo. Es una manera de evadirme. Normalmente otro se habría inclinado por Dylan, pero yo siempre prefiero no oír los discos de la gente a la que voy a ver cuando voy de camino. Llámenme maniático. Rakel lee una revista de psicología para ver qué significan los dibujos de los niños. Hace apenas tres horas que no la vemos y ya hemos echado de menos a June trescientas veces en silencio y, de manera compartida, unas doscientas más. Yo compro el Rock De Lux. Me tangan. El número conmemorativo por llegar a las 300 ediciones ¡sólo trae fotos! ¿Y qué leo yo en el avión? Sin ganas compro el Popu. Lleva una portada con Bono repetida de una de los 90. ¿Qué voy a hacer si ya me he leído el Ruta y la Rolling Stone? No leo libros en los aviones. Sólo revistas. Así que mientras esperamos sentaditos y pensamos lo gilipollas que es la gente haciendo cola leo un reportaje con Those Poor Bastards. Muy adecuado esto de la música de cementerios antes de coger un avión. Cuando acaba la cola, embarcamos y nos damos cuenta de quién es el gilipollas. Los asientos no son numerados así que, a cola del avión y juntos, de milagro. Cuando los aviones cogen pista y los motores van a toda hostia siempre pienso “ahora sí que no me puedo bajar” ¡cómo si antes pudiera!. Dejamos Barcelona y en mis oídos suena Jimbo Mathus. Su disco cada vez me parece más bueno. Cojo el Popu, otra vez. Leo la reseña del disco de Tom Waits y una carta del correo sobre Marlon Brando. Aprovecho para ir haciendo mi lista de lo mejor del año para el Ruta y, sin casi darme cuenta, llegamos a Ciampino. El viaje ha sido ideal y en el autobús entre el aeropuerto y la ciudad empezamos a tomar constancia de lo bonita que es Roma. El hotel está bien. Dejamos las cosas y a la calle. La Fontana Di Trevi está a dos minutos andando. Nos apabulla. Muy bonita, la verdad. Es de noche y Rakel y yo olvidamos todo el ritual. Ni moneda, ni beso. Paseamos por las calles. Roma es una ciudad ideal para eso, y de noche más. Nuestro objetivo es el Trastevere, y lo hacemos tarareando una de las canciones de Jero Romero. “¿Cómo puede ser que lo mejor de miedo?”. Pasamos por el Panteón. Sublime. Le hacemos una foto a la luna llena con el edificio al lado. Soy feliz, aunque falta June. Y nos prometemos que al próximo viaje nos la llevamos. Camino al Trastevere encontramos una tienda de libros. Quiero comprar algo de Dylan en italiano. Lo hago y de paso me llevo una especie de Scrapbook de Johnny Cash dirigido por su hijo. El que Rakel sostiene en la foto. Unos Penne A l’Arrabiatta van a ser nuestra cena junto a una pizza Quattro Formaggi. En una terrazita y con mantelito de cuadros. Como Dios manda. Lo de la difícil búsqueda del taxi posterior que nos llevara al hotel cuenta como una de nuestras desventuras. Si todo lo malo siempre fuera así…Llegamos al hotel, Rakel descarga las fotos en el netbook. Yo me preparo, como bien suponen, para una noche de amor romana. Me tumbo en la cama, pongo la MTV y mis ojos se cierran. Al final la pasta se ha convertido en lo más caliente de la noche.

Sonando: Ya te lo decía yo de Jero Romero

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una crónica fresca y divertida.
Chiao.
Alkansas.