Siempre es un placer reencontrarte con viejos amigos. Curiosamente, los discófilos, los musicólogos o, simplemente los que compramos discos, que empezamos a ser rara avis, le damos esa definición a algunos de nuestros músicos favoritos. No dudo que el Llopis, tan en nuestra boca en estos tiempos (no me malinterpreten) se siente amigo de Rinus Gerritsen, bajista de Golden Earring, que Coco ve a Keith como su colega del alma, y que Ranedo y Roy Loney deberían haber hecho juntos la comunión. Pero no son los únicos. A mí también me pasa. Con Bob no. Él no es mi amigo porque está en un estrado superior. Su ente me supera y nunca he sabido ser amigo de seres superiores. Pero Levon, por ejemplo, lo era. Por eso me entristeció tanto su marcha. O Gurf Morlix. Estos son mis Amigos Imaginarios, parafraseando a Sant Campos. Luego están los que de imaginarios pasan a convertirse en reales y ahí están Quique, o Brett Detar, o Bryan Estepa, o Will Hoge. Gente a la que admiras y que, sin saber muy bien como, o sí, acaban formando parte de tu círculo de confianza. Pasan a ocupar el minúsculo grupo de “gente con la que puedo contar”. Pero eso toca otro día. Hoy quiero hablar de los primeros y, en concreto, de uno de ellos: mi “amigo” Ray Wylie Hubbard.
El viejo Ray ha vuelto. Tiene nuevo disco y vuelve a ser espléndido. Por eso lo he entrevistado para la web de Ruta 66. En la revista no cabía. Y no es una crítica. Es una realidad. Los malos tiempos, con la rebaja de páginas obligada, junto a la época de festivales deja muy poco lugar para reportajes o entrevistas más o menos arriesgadas. Porque una charla con Ray lo es. No nos engañemos. El hombre del pañuelo en la cabeza debe ser conocido en este país por 500 personas a lo sumo, de las cuales deben comprar el Ruta 100, siendo generoso, y de las cuales unas 20, como mucho deben ser fans. “Realmente no me importa ser famoso, te lo digo de verdad. Prefiero preocuparme por intentar que mis grabaciones gusten a los músicos que respeto”, me dice. Y le creo, aunque sé que a todo ser humano le queda el gusanillo o, cuanto menos, las ganas de preguntarse el motivo. Debe ser duro que todo el mundo te diga que eres el tío más bueno del mundo y que sigas tocando en garitos de mala muerte. Aunque a todo se acostumbra el cuerpo. Su nuevo disco es The Grifter’s Hymnal. El himno de los estafadores. Ray parece reírse de sí mismo. Tío, cómprate mi disco que te voy a estafar. Pero no es así. Sus canciones siguen siendo soberbias, simplemente magníficas.
Recuerdo la actuación de Hayes Carll en Austin City Limits. A medio concierto Hayes, cuyo disco producido por Brad Jones es de lo mejor del año pasado, invita a su maestro. Y ahí va Ray. Su saber estar es insuperable. Clase. Autenticidad en cada poro de su piel. En cada gota de sudor. En cada pelo de su ya blanquecina barba. Es un clásico y su música sabe a clásico. Aunque sólo nos demos cuenta unos pocos. Pero eso es lo que muchas veces te hace sentir un privilegiado. Y esa sensación, amigos, no podemos negar que también gusta. “Me gustan los tipos que escriben como si estuvieran saliendo de la cárcel”, concluye. Y a mí me parece que él sigue encerrado en el más oscuro de los calabozos. Por eso es tan grande.
Sonando: Lazarus de Ray Wylie Hubbard
Entrevista completa en www.ruta66.es
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