Ya hemos vuelto. Un fin de semana corto pero intenso. Lisboa es una ciudad preciosa, decadente, pero preciosa. Supongo que en esa tristeza que emanan sus calles reside precisamente su gracia. Como es habitual, Rakel y yo, nos dimos un pateo por la ciudad de los que hacen historia. Esta vez, a nuestro favor, hay que decir que sólo disponíamos de dos días para verlo todo. Y creo que casi lo conseguimos...Es una delicia pasear por Alfama, recorrer sus calles con esas casas decoradas con azulejos medio caídos, desplazarse en tranvía, comerse unos pastelitos de crema en Bélem o un buen bistec en el Barrio Alto. Siempre recordaré el encanto de esas calles y el olor a mar que se desprende cuando te acercas a las orillas del Tejo. Todo eso se complementa con lo encantadores que son los portugueses y que hacen la estancia mucho más agradable todavía. Lisboa tiene dos nuevos admiradores.
Sonando: Deep South Blues de Jubal Lee Young
PS: El bolo de Young me lo perdí por estar, precisamente en Lisboa. Todo no puede ser en esta vida...
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