Puede que consideremos recurrente o, más
directamente, sobado el hecho de analizar la sociedad que nos rodea y elementos
como el poder de la televisión en una película. Eso puede llevarnos a que
leyendo simplemente de que va el nuevo trabajo de Esteban Sapir podamos
inclinarnos hacia una exclamación del tipo “otra más no”. Pero si te dejas
llevar por hojas de promoción o las cinco líneas que caben en la reseña de un
periódico perderás la oportunidad de disfrutar de una auténtica obra maestra. Y
es que Sapir ha sabido reunir en su película, no sólo una visión crítica del
mundo contemporáneo, sino también una serie de homenajes velados al cómic, a
los poetas de la generación Beat, a Orson Welles y, evidentemente, a Fritz
Lang, por citar sólo algunos. Pero es que la sorpresa, por encima de todo, es
que nos encontramos ante una película muda. Sí, sí, he dicho muda. Y ahí es
donde se esconde buena parte de su poesía. En el lirismo de las imágenes. No
hay nada nuevo, vale. Empieza como los cuentos y su tradicional “había una
vez...”, hay buenos, malos, y las tres partes que debe tener todo buen film que
se precie: planteamiento, nudo y desenlace ¿Que no te atrae? Pues ahí va un
último intento. La historia transcurre en una hipotética ciudad: la ciudad sin
voz en la que nadie habla y la comunicación se produce completamente a través
de las palabras escritas. Ese mundo está dominado por el Señor Televisión que
controla cualquier manifestación mediática y por lo tanto al pueblo. De hecho
él es el culpable de haberlos dejado sin voz. Y hasta ahí puedo leer. Lo demás
o te lo imaginas o apuestas por ver una de esas películas de las que ya no se
hacen pero que se ganan a pulso un lugar entre las grandes del cine. Por
pericia. Y también por calidad.
Publicado originalmente en la revista Ritmos del
Mundo
Sonando:
Drive de The Gaslight Anthem
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