jueves, enero 31, 2013

Political World X: Farewell – William Pilgrim & The All Grow Ups



No, no me he olvidado. El mundo sigue siendo un mundo político y eso no cambiará nunca. Ha costado, pero la décima entrega de este Political World ya está aquí y la protagoniza William Pilgrim y los All Grow Ups, detrás de cuyo nombre se esconde la pareja formada por Ismael Herring y PM Romero.

Es Herring, ante todo, un cantante excelente, que recoge a la perfección la herencia de los grandes soulman como Sam Cooke, Wilson Picket y, sobre todo, Otis Redding. Juega en la liga de gente como Will Hoge, apostando por el rock americano pero con una dosis extra de soul. Su estilo vocal me recuerda mucho al de Darius Rucker, el excelente cantante de Hootie & The Blowfish que dentro de su comercialidad escondían también excelentes canciones. Aunque dudo que Pilgrim acabe logrando ese éxito masivo que tuvieron los Blowfish, sobre todo, por lo agresivo de su propuesta lírica. The Great Recession es el nombre del EP con el que debutaban y también de su LP posterior. Y no hay duda ¿no? Hablamos de tiempos actuales y ellos lo llaman la gran recesión. Lo hacen conjugando country-rock alegre, a veces casi festivo, con letras descarnadas y crueles. Y «Farewell» es una de ellas. La canción que sirvió de single al disco, con todos sus beneficios destinados a los indigentes y cuyo lanzamiento coincidió con la apertura en la web de la banda de la posibilidad de hacer un donativo para los casi dos millones de adolescentes que no tienen hogar en los USA. Un tema que arranca con un adiós a su amada porque “en la guerra me van a pagar bien”. Una guerra a la que va porque es lo mejor que puede encontrar para un hombre “sin trabajo ni habilidades”. Pero el músico es consciente, se va a luchar porque “mi país necesita proteger las fortunas amasadas por los blancos”, por eso no hay problema en “bombardear a niños de piel marrón”. Y por eso también sabe que al volver no será “el mismo hombre que dijo adiós”. Duele.

Sonando: Farewell de William Pilgrim & The All Grow Ups

miércoles, enero 30, 2013

4 Meses, 3 Semanas y 2 Días




Nos enfrentamos ante una de las películas más destacadas por parte de la crítica del último Festival de Cannes (de hecho ganó la Palma de Oro). Hay quien se atreve a aventurar, incluso, que puede tratarse de  un punto de partida para el cine rumano. Y es que el film se atreve con un tema tan espinoso como el aborto ilegal y lo hace de manera cruda y directa. Y lo mejor es que la película no olvida su entorno. Según su director, esta obra forma parte de un proyecto mucho más amplio y ambicioso denominado Relatos de la edad de oro. El objetivo de este proyecto no es otro que intentar reflejar la historia del comunismo en Rumanía pero sin hacer referencias explícitas a éste y logrando reflejar la realidad a través de intensos dramas personales. Eso hace que nos encontremos con una ambientación cuidada hasta el extremo. El guión no se anda con chiquitas, no pierde el tiempo en temas poco importantes y se lanza a degüello. Directo al cuello. Dividida en cuatro actos, cual obra de teatro (preparación, estancia en el hotel, el cumpleaños y el desenlace), la película narra el punto de vista de una embarazada ante el problema de una amiga que quiere abortar ilegalmente. Incluso en eso la película se hace grande. No deja de ser curioso que sea narrada por una mujer en la misma situación pero que ha tomado otra decisión. Asombrosamente íntima. Y este hecho colabora a que el espectador se sienta uno más, se sienta un observador demasiado cercano incluso a la historia. Austera, cruda hasta límites dudosos, el excesivo metraje le hace perder algo de ritmo, problema que queda diluido ante la intensidad de la historia. Aunque sus premios deberían sugerir lo contrario, su único problema será que, probablemente, pasará demasiado desapercibida. Y eso no deja de ser una lástima.

Crítica escrita en 2008 en la revista Ritmos del Mundo.

Sonando: Red Dirt de Guy Forsyth

martes, enero 29, 2013

Keith Richards y el ping pong



Aunque podría no voy a hablar sobre aquel texto en el que Jordi Tardà decía haber pasado unas horas en el hotel de los Stones jugando con Keith Richards al ping pong. La verdad es que no puedo imaginarme la escena. Tampoco lo haré sobre lo que me sorprendió ver en televisión lo bien que juega al mismo deporte el filósofo Xavier Rupert con sus casi 75 años de edad. Lo cierto es que se me ocurrió escribir este post, más personal que otra cosa, el pasado domingo, a punto de jugar un partido importante. Porque sí, servidor juega a tenis de mesa, de manera oficial, y lo mezcla con la música, cómo no. Mis inicios en el tema de la pelotita y las palas se remontan a mi adolescencia. Mi padre, varias veces campeón de diversos torneos amateurs me metió el gusanillo en el cuerpo.  Empecé jugando en el Centre Gimnàstic Barcelonès y acabé en el Atomic Bagà. Hace un montón de años, más de quince, pero creo que llegué hasta la categoría de Preferente. Años después decido volver, y tras un año jugando de manera informal he vuelto a la competición esta temporada. Con 37 añazos a cuestas (los lunes se notan) y empezando por lo más bajo, tercera provincial. Juego en el CTT L’Hospitalet y a día de hoy, con media temporada cumplida, estamos metidos entre los cuatro primeros, luchando por el entrar en el ascenso al que van los dos primeros clasificados. Nuestro balance es de 9 victorias y cuatro derrotas. Servidor ha jugado 10 partidos en total y he ganado 8 y perdió 2, con un aceptable 80% de victorias. La cosa es que esto de jugar los domingos me provoca un ritual que repito todas las semanas que voy convocado.

El primero de ellos es salir de casa con música a toda leche puesta en los cascos. Esta semana lo hacía con el disco de debut de John The Revelator. El partido era importante y requería algo muy cañero. Tras dos derrotas consecutivas que nos habían descabalgado de la cabeza necesitábamos ganar. Encima yo iba de número uno con la presión de tener que ganar mis dos encuentros para que el partido no se nos fuera de las manos. Nos visitaba el Club de Castelldefels, con un balance de 4 victorias y ocho derrotas engañoso, porque más de la mitad de los partidos perdidos se habían producido por la mínima. Tras calentar un rato sigue mi ritual. El club tiene un sillón en el que me siento media hora antes del partido, coloco los pies encima de una silla, cierro los ojos y pongo «Heroes» de Bowie. Peliculero que es uno. Me aíslo del sonido exterior, siempre con la misma canción, sonando en un repeat que suele llegar hasta la cuarta o quinta reproducción. Entonces miro al otro equipo y analizo su forma de jugar. Para ello siempre el Exile On Main Street. Me pone en marcha. Miro como calientan los contrarios. Quien va bien de derecha, quién de revés. Rip this Joint. Durante el sorteo sigo aislado. Sweet Virginia. Nunca participo de ellos. Decidimos colocarme de número 2 para evitar al número 1 de ellos y que nos aseguremos mis partidos. Ellos hacen lo mismo con lo cual el último partido del día nos enfrentará a los dos. Ambos fallamos en la jugarreta.  Uno de mis compañeros gana el primer partido, fácil. 1-0 para nosotros. El objetivo  es ganar cuatro, para el que no lo sepa. Empiezo el primero mío. Gano fácil, también, 3 sets a cero y 2-0 para nosotros. Vuelvo al sillón y pongo «Happy» de los Stones cantado por Richards, claro, mi única banda sonora durante los encuentros.  Perdemos el siguiente, ganamos el que sigue y perdemos el precedente al mío. 3-2 para nosotros. Tengo que jugar con la presión de que si no gano vamos al desempate jugando los dobles. Utilizo una parte de los minutos de calentamiento para escuchar «Happy» otra vez. Empiezo mal, pierdo el primer juego 11-8, pero me llevo el segundo 6-11 y el tercero 5-11. Él está nervioso, yo no. Tarareo internamente «Happy» siempre lo hago. Empezamos el cuarto y me barre. 11-2. Me he relajado, al final hasta me he dejado ir, pero aún queda un set. Empezamos igualados hasta el 4-4 y me voy de dos hasta el 6-4, a cuatro puntos de la victoria final. Él se queja al árbitro. Se ha olvidado de que en el partido de desempate hay que cambiar de campo al llegar al punto 5. Dice que no se ha dado cuenta y me pide repetir el punto. La decisión está en mis manos, si yo no quiero el árbitro no me puede obligar. Deportivamente acepto aunque pienso que el otro me está piruleando. Me empata a 6 y me vuelvo a ir hasta el 9-6. Dos puntos y la victoria. Entonces dejo de tararear internamente «Happy» y empiezo a pensar “si no hubiéramos repetido ese punto estaría a solo uno de la victoria”. No puedo tararear, no me sale. 9-7, 9-8, 9-9, 9-10. Tiempo muerto. Lo pide mi capitán. Yo le digo que no, que estaba a punto de volver a tarear y él me mira con cara de este tipo está chalado. Me dice que he perdido los cuatro últimos puntos, que no estoy siendo yo, y yo sólo quiero que se calle para que me deje tararear. No me da tiempo y el árbitro nos llama. Saco yo. Saque lateral con efecto, engañando con la muñeca, la devuelve cortada y mi bola se va a la red. Partido perdido. Al desempate. Mi equipo me mira. He fallado. Tienen miedo de perder. El supuesto ascenso se pondría casi imposible.

El capitán nos reúne. “¿Quién juega el dobles?”. Todos callan. “Yo”, suelto. “¿Estás seguro? Acabas de perder, ha sido duro mentalmente y físicamente han sido cinco sets ¿aguantarás?”. “Si me dais cinco minutos más sí” y me voy a buscar mis cascos. I need your love, baby won't ya keep me happy. Ganamos los dos primeros sets, y perdemos los dos siguientes. Último set y ahí se resuelve todo. Nos vamos 9-6. Otra vez a dos puntos del partido, como antes. Nos empatan a 9. Cojo a mi compañero y le digo “yo hoy no pierdo dos partidos igual, te lo garantizo, dos puntos y a casita”. Su mirada me dice que se fía de mi. Hacemos el 10-9. Los cuatro estamos nerviosos pero yo tarareo en mi cabeza. La corto con todas mis ganas y no la pueden devolver. 11-9.  Never blew a second chance, oh no….

Sonando: Happy de The Rolling Stones

PS: Después de la ducha el capitán me dice “dentro de dos semanas jugamos con los primeros. El partido es importante, mentalízate que juegas”.

lunes, enero 28, 2013

Daniel Romano, country clásico y contemporáneo



Daniel Romano es canadiense, aunque no digáis que con las pintas que se gasta en la portada de su último disco Come Cry With Me no parece salido de un spaghetti-western del tres al cuarto grabado en Almería. Artista visual se define, aunque lo suyo, musicalmente es el country en la línea Hank Snow. Canciones sobre pérdidas constantes: esperanza, tesoros, madres y, por supuesto, amantes. Lánguidas steels, voz gangosa y ritmos de vals básicamente. Nada que no hayamos escuchado antes y nada que no nos apetezca volver a escuchar después de la primera vez. Porque este tipo que ha llegado a diseñar posters para M.Ward o Ben Kweller sabe conseguir un muy buen sonido de country clásico contemporáneo. Y sí, se que parecen dos adjetivos contradictorios pero no hay más que escuchar el álbum para darse cuenta de que no es así. Porque Romano representa, desde lo cachondo de su portada la evolución del countryman más retro. Con el humor de un Hank Williams pasado de vueltas que sabe a la vez llorar y reírse de sí mismo. Os sorprenderá, seguro.

Sonando: Just Before The Moment de Daniel Romano